Epílogo: Riesgos de saber (o de lo bello a lo real)
Análisis de la obra El caballero, el demonio y la muerte. Grabado hecho por Alberto Durero
El caballero avanza al trote de derecha a izquierda, sobre su cabalgadura enjaezada. El yelmo,
abierto, le descubre el rostro lacrado por la fuerza, un rostro se diría que sonriente, con sonrisa de goce.
Lleva la pica sobre el hombro derecho y una espada al cinto, viste la armadura completa, aunque sin el escudo. Su perro, que exhibe rasgos de fidelidad y nobleza, lo acompaña mirando hacia adelante; corre sin duda a más velocidad que el caballo. Este, contemplando la impresión del caballero al que no detiene nada ni nadie, manifiesta brío, seguridad, obedece a los gestos de una mano que ha sabido dominarlo. El paisaje es áspero, rocoso, muy hostil.
Pero la escena no se limita a esa figura, que, por sí sola, no gestaría ni el drama ni la tensión que las fuerzas negativas provocan en las bellas artes. En efecto, detrás del caballero observan dos monstruos: uno real, la muerte, y otro ficticio pero amenazador, el demonio. El demonio, con tres cuernos, boca, orejas y dientes de cerdo, patas de macho cabrío, alas de murciélago y cola de rata, empuña un arma cortante. La muerte le enseña una clepsidra al caballero. Lleva corona y en ésta y en el cuello se le enroscan dos serpientes. La corona sobre la cabeza de la muerte y sus dientes de roedor connotan señales pesarosas: el tiempo del hombre es finito, el imperio de lo perecible corroe a todos los seres vivos. Su cabalgadura se inclina apaciblemente hacia una calavera que reposa en el suelo frente a la figura central del grabado, bajo la calavera, son el mismo tiempo lápida y firma.
El caballero puede seguir representando el símbolo del hombre nuevo, el hombre del porvenir: el caballo y el perro son dóciles, el hombre domina la naturaleza (no por completo, ya que el reptil corre en dirección contraria). El hombre extiende su reino sobre el paisaje, lo modifica inmensamente, y muchas veces también espantosamente, hasta el colmo de hacerlo hostil: a lo lejos, sobre peñascos, en el plano más distante del grabado, se otea una ciudad fortificada. El jinete mira hacia adelante, imperturbable. Se diría que lo protegen sólo las armas de ataque (no lleva escudo), sino por sobretodo, la fuerza de su corazón. Porque el hombre sobre cuyas espaldas se eleva el porvenir es aquel que sólo dominándose a sí mismo obtiene las fuerzas y el valor para enfrentarse al mal: derrotar a los monstruos es en primer lugar vencerse a sí mismo.
El caballero puede ser cada cual. Pero cada cual puede ser el monstruo...
Comentarios
Publicar un comentario